Oro y Bitcoin se desacoplan

- Desde marzo de 2025, el oro ha subido un 16%, mientras que Bitcoin ha caído más de un 6%, rompiendo una correlación que se mantuvo durante casi dos años.
- Esta divergencia expone diferencias clave en los factores macroeconómicos, geopolíticos y de mercado que impulsan a cada activo, reflejando su madurez relativa y su función dentro de los portafolios institucionales.
Durante el periodo comprendido entre noviembre de 2022 y noviembre de 2024, Bitcoin y el oro caminaron en un inusual paralelismo: el metal precioso subió un 67%, mientras que Bitcoin, con su habitual volatilidad, se disparó cerca de un 400%. Ambos activos se presentaban como refugios ante políticas monetarias expansivas y una pérdida de confianza en las divisas fiduciarias. No era raro ver análisis que los agrupaban como reservas de valor alternativas, en respuesta a la erosión silenciosa de los balances de los bancos centrales. Sin embargo, esta armonía comenzó a fracturarse en los primeros meses de 2025. Desde finales de marzo, el oro acumula una ganancia del 16%, mientras que Bitcoin ha retrocedido más de un 6%. Lo que antes parecía una coreografía sincronizada ahora se ha transformado en una danza descoordinada.

El impulso que llevó a Bitcoin a máximos históricos de los $109.356 en enero de 2025, se cimentó sobre una creciente institucionalización. La entrada de gestores de activos como BlackRock, VanEck y Fidelity no solo legitimó el activo ante grandes capitales, sino que también ancló parte de su volatilidad mediante vehículos financieros más sofisticados y regulados. A esto se suma la estrategia de países como El Salvador y, más recientemente, la presentación preliminar de un programa de «reserva cripto estratégica» por parte del gobierno estadounidense, que consolidó aún más su narrativa de activo estratégico.
Instrumentos innovadores como los futuros fraccionados de CME (equivalentes a 1/50 de un Bitcoin) abrieron el juego a inversores minoristas, facilitando una demanda transversal. Sin embargo, en los mercados financieros, la anticipación suele ser más poderosa que los hechos. Una vez descontadas las noticias positivas en precio, la toma de ganancias fue casi inevitable. El patrón clásico de «comprar el rumor, vender la noticia» se impuso con fuerza.
El segundo factor es más técnico, pero no menos relevante: la persistente correlación de Bitcoin con el Nasdaq. Aunque este vínculo ha desconcertado a más de un observador, tiene su explicación en la estructura de riesgo de muchas mesas institucionales, donde se agrupan activos de alta volatilidad bajo una misma cobertura. Una caída en el Nasdaq puede provocar ventas en Bitcoin, no por razones fundamentales, sino por gestión de márgenes y correlación táctica.
Mientras tanto, el oro ha aprovechado el terreno que Bitcoin dejó libre. La incertidumbre económica global, un giro potencial hacia políticas monetarias más laxas por parte de la Reserva Federal, y un repunte en las expectativas inflacionarias han devuelto protagonismo al metal.
Pero hay un factor estructural que sobresale: el comportamiento de los bancos centrales. Según datos del World Gold Council, bancos como los de China, India y Rusia han acumulado más de 1.000 toneladas métricas anuales durante los últimos tres años. Este comportamiento no es casual. Desde las sanciones impuestas a Rusia en 2022, que incluyeron la congelación de activos en dólares y la exclusión del sistema SWIFT, muchos países han optado por diversificar sus reservas. Esta estrategia geoeconómica ha llevado a reducir la exposición al dólar: la participación del billete verde en las reservas globales ha descendido del 60% en 2022 al 57% en 2025.
El oro ha sido el beneficiario natural de esta rotación, no solo por su historia milenaria, sino porque todavía conserva una neutralidad política y operativa que ni siquiera Bitcoin ha logrado igualar. Es razonable suponer que, ante una pérdida de momentum en el criptomercado, parte del capital rotaría hacia activos con menor beta y mayor previsibilidad, como el oro.
Comparar oro y Bitcoin es un ejercicio que requiere perspectiva histórica. Uno tiene más de 6.000 años de aceptación global; el otro, apenas 15. Pero en esta comparación asimétrica hay un punto crucial: Bitcoin está madurando a un ritmo exponencial. Su infraestructura, adopción institucional y penetración en debates macroeconómicos lo posicionan como un activo que está dejando de ser “alternativo” para convertirse en parte central de muchas tesis de inversión.
El desacople entre ambos no es señal de debilidad, sino de independencia creciente. Cada uno responde a estímulos distintos, y aunque puedan coincidir como coberturas frente a la inflación o la devaluación monetaria, su comportamiento ya no puede asumirse como unívoco. Lo que nos deja este episodio es una lección valiosa para el inversor intermedio: entender el por qué detrás del movimiento de precio es tan importante como observar el precio mismo.
En tiempos donde la narrativa cripto puede volverse un espejismo mediático y el oro resurge como el viejo sabio que nunca se fue, la diversificación sigue siendo la herramienta más infravalorada por quienes solo buscan retornos extraordinarios. En el largo plazo, tanto el oro como Bitcoin pueden coexistir como refugios de valor. Pero comprender cuándo, cómo y por qué cada uno se activa es lo que diferencia al especulador del estratega.
La pregunta ahora es, ¿El Oro ha marcado el camino a bitcoin para los próximos meses?
