Bitcoin en Asia Central: entre reservas estratégicas y tensiones energéticas

- Kirguistán aprueba la creación de una reserva nacional de bitcoin y destina parte de su energía hidroeléctrica al minado.
- El volumen de sus plataformas cripto superó los 11.000 millones de dólares en 7 meses, multiplicando por 200 el nivel de 2022.
11.000 millones de dólares: facturación de las plataformas cripto de Kirguistán en solo siete meses.
El país busca convertir su excedente hidroeléctrico en una reserva estratégica de bitcoin.
La región de Asia Central, históricamente dependiente de la energía hidroeléctrica y del comercio con sus vecinos, está dando pasos firmes hacia la incorporación de Bitcoin como herramienta económica y política. Kirguistán, tras años en la periferia del debate cripto, ha decidido situarse en el centro al anunciar la creación de una reserva estratégica de bitcoin administrada por el Estado. La medida, de tintes geopolíticos y financieros, refleja cómo las criptomonedas están dejando de ser solo un asunto empresarial para convertirse en un activo nacional.
Kirguistán y el auge cripto regional
El Parlamento kirguiso aprobó recientemente un proyecto de ley que permitirá la creación de una entidad pública dedicada al minado de Bitcoin utilizando excedentes de energía hidroeléctrica. El país explota apenas un 10% de su potencial hidroeléctrico, según el Banco Mundial, lo que abre la puerta a transformar este recurso en un instrumento de acumulación digital.
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Los números son contundentes: el volumen de negocio de las 13 plataformas cripto locales superó los 11.000 millones de dólares en los primeros siete meses de 2025, cifra que multiplica por 200 el nivel de 2022. Parte de este auge se explica por la intermediación financiera rusa, que ha encontrado en Kirguistán un canal para sortear sanciones occidentales. Sin embargo, esta misma dinámica ha atraído la atención de Estados Unidos y Reino Unido, que sancionaron a varias de estas plataformas.

Riesgos energéticos y tensiones políticas
La decisión no ha estado exenta de debate interno. Parlamentarios como Dastan Bekeshev alertaron que minar un solo bitcoin puede requerir cerca de 800.000 kWh, suficiente para abastecer 1.200 apartamentos durante un mes. En un país donde los inviernos son crudos y la infraestructura energética es limitada, la tensión entre seguridad energética y apuesta digital es evidente.
El gobierno intentó disipar dudas aclarando que la minería estatal se concentrará en pequeñas hidroeléctricas, con 15 proyectos en construcción que se sumarán a los 17 ya operativos, evitando presionar a las grandes centrales. Este modelo busca replicar la experiencia de lugares como Texas, donde los mineros se integran a la red eléctrica ofreciendo flexibilidad y alivio en momentos de alta demanda.
Un movimiento con implicaciones internacionales
Kirguistán no está solo en esta estrategia. Su vecino Kazajistán aprobó la creación de una reserva estratégica de bitcoin y la formación de un fondo estatal dedicado a activos digitales. Rusia, presionada por sanciones, también acelera su acercamiento a Bitcoin. En paralelo, potencias tecnológicas como Japón, Corea del Sur y Taiwán siguen de cerca la tendencia.
Un ejemplo similar en Europa se encuentra en la noticia Ucrania propone una Reserva Estratégica de Bitcoin, donde el país busca posicionarse como pionero regional.
En este tablero global, Estados Unidos mantiene la delantera con el 35% de la industria mundial de Bitcoin, seguido por Rusia con el 17% y China con el 15%. La expansión de los ETF de Bitcoin y la creciente acumulación empresarial muestran que el movimiento hacia una nueva arquitectura financiera ya no es marginal.
Europa, el gran ausente
Mientras Asia Central y Estados Unidos avanzan en la institucionalización de Bitcoin, Europa permanece al margen. Pese a la presión de empresas como BigBlock, la discusión política en torno al rol de Bitcoin en la gestión energética y monetaria sigue estancada. La idea de que el euro podría rivalizar con el dólar como moneda de reserva internacional convive con la indiferencia hacia un activo que ya es estratégico en otras latitudes.
La apuesta de Kirguistán revela cómo Bitcoin ha dejado de ser únicamente un instrumento de inversión para convertirse en un recurso geopolítico. Utilizar excedentes energéticos para transformarlos en un activo digital resistente a sanciones y fronteras muestra una lógica pragmática: convertir debilidades estructurales en ventajas estratégicas. La pregunta que queda abierta es si este modelo podrá sostenerse frente a las tensiones energéticas internas y la presión internacional. Lo que parece claro es que el mapa monetario del siglo XXI se está redibujando, y Bitcoin ocupa cada vez más un lugar central en esa cartografía.